Si el sexo es un árbol, ya se había trepado a sesenta ramas distintas. Sin dolor encontraba formas de lubricar hojas y doblar troncos para mojar sus instintos. Una mañana amaneció con un tatuaje negro en la panza y un bebé entre los brazos, así conoció las consecuencias de frotar su naturaleza con los árboles. Ahora vive en la tierra y se alimenta de moscos de colores casi extintos. Por las noches croa con su hijo pequeño, un batracio desobediente que no quiere aprender a nadar.
María Paz Ruíz Gil
Diario de una cronopia
3 comentarios:
La vida misma ¿No? Ese batracio rebelde me resulta muy pero que muy familiar, jaja.
Un saludo
A esos batracios lo que les pasa es que les falta disciplina.
Todos tenemos a un batracios de esos en casa... jajaja
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