Deja
caer el manoseado libro de recetas sobre la mesa de la cocina y se
levanta una polvareda que le hace estornudar. Se restriega la nariz y
con los dedos pringosos empieza a pasar páginas: a ver, a veeer…
«Encantamientos», no; «Conjuros de muerte», tampoco;
«Sortilegios», mmm. ¡Ah, aquí está! «Filtros de amor». Y con
una risotada se entrega a la tarea.
«Un
chorretón de sangre de cabra». Vaya, con la que está cayendo ahí
fuera como para salir ahora de caza. Se acerca al gato y mientras le
rebana el pescuezo continúa leyendo: «dos ancas de sapo
machacadas». Sí, claro, en ir hasta la charca estaba ahora mismo
pensando. Y esgrimiendo el hacha secciona las patas al murciélago,
que cae de cabeza al suelo.
Pese
a la improvisación, el mejunje va tomando consistencia al fuego,
aunque falta una cosa que nunca podrá conseguir. Tijera en mano,
recorta tres rizos de su pubis, doncellas no quedan ya. Bueno, nadie
se dará cuenta, ¿quién cree en brujerías?
Se
atusa las greñas, oculta torpemente la verruga, barre el suelo para
comprobar el estado de la escoba: hoy es el día de la entrega en
palacio.
Pero
aquel rey nunca conseguiría asegurar el trono.
Susana Revuelta
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