lunes, 24 de diciembre de 2012

Postal navideña en la charca - Puri y Pedro Menaya, Juanlu


—A ver, a ver, ese rey un poco más a la derecha, que si no, no sale en la foto... ¿Y el niño? ¿Dónde se ha metido el niño?
—Cazando moscas, el chiquitín, que se aburría.
—Así no vamos a terminar nunca —clama la rana fotógrafa, con impaciencia—. No hay manera de completar este belén. Y también nos falta un rey...
—Martín, pero es que anda con el reuma. Con la humedad de esta charca...
—Pues tendremos que conseguir a otro; a ver, ¿quién quiere hacer de Rey Gaspar? —pregunta la fotógrafa entre los mirones.
—Llamad a Miguelín, ese que se cree que es un príncipe...
Miguelín llega buceando veloz como un submarino a reacción, feliz de pertenecer por fin a una familia real aunque solo sea para la foto de navidad.
De un ágil salto se coloca detrás de la rana disfrazada de Melchor.
—¿Y aquí no hay ninguna princesa que dé besos? —le pregunta.
—Esto es el portal de Belén, no una película de Disney —le espeta Melchor, mascullando enfadado entre la barba postiza.
—Sonreíd, decid pa-ta-ta..., ¡bien!
Un fogonazo les hace cerrar los ojos y la postal de navidad ya está preparada. El correo electrónico con la felicitación adjunta llega a todos los habitantes de la charca: todos saben de quién es esa bota gigante que está detrás de Gaspar. La única que no está contenta con el resultado es la fotógrafa. Los demás, por fin, se han librado de la murga de Miguelín. Y él…, suponen que será feliz y comerá perdiz.



Texto: Purificación Menaya, La bruja de chocolate
Postal: Pedro, el hijo de Puri
Dibujos: Juanlu, Ilustraciones para un loco

¡¡¡¡¡¡¡¡¡ FELIZ RANIDAD !!!!!


jueves, 20 de diciembre de 2012

La niña rana - Jesús Fabregat


Érase una vez, en el país de los detalles diminutos, una rana pizpireta que no sabía croar. Mariana, que así se llamaba, pasaba las tardes sentada en un nenúfar de nácar, un trono a medida que la reina del castillo mandó construir para ella. El resto de las ranas, croa que te croa y salta que te salta, jugaban a su alrededor, pero Mariana, que tampoco sabía saltar, mataba el aburrimiento leyendo cuentos de hadas.
Quizá no lo dije antes, pero la rana que no sabía croar ni saltar tampoco tenía ancas, y su piel, en lugar de verde y rugosa era blanca y satinada, casi de cristal. Muchas de sus vecinas de charca miraban con ojos de envidia los cabellos rubios de Mariana, la rana niña, y un día, la más valiente de todas se lo quiso preguntar:
—Mariana, querida, ¿estás segura de que eres una rana?
La niña Mariana que creía ser rana no supo qué contestar, tal vez porque tampoco hablaba su idioma. Tan solo le guiñó un ojo, azul y pequeño como los de su madre, y sin decir palabra cerró el libro, lanzó su lengua larga y pegajosa hacia la orilla y, con la penúltima mosca en la boca, volvió paseando al castillo de la reina del país de los detalles diminutos.

Jesús Fabregat
Lo bueno, si breve

lunes, 17 de diciembre de 2012

Inconsecuencia - David Figueroa

Un apuesto joven al que besó en los labios con dulzura, en el quinto aniversario de su entrada en coma, cuando ya nadie lo visitaba, se despertó de repente, la miró contrariado, y, después de un sonoro eructo casi eterno, se convirtió en Sapo, dejándola sumida en una depresión incurable.


David Figueroa
Relatos en línea

jueves, 13 de diciembre de 2012

Parábolas - Eduardo Gotthelf

Parábolas - Eduardo Gotthelf
El aula estaba llena de gerentes y altos ejecutivos.
−Como se cita a menudo, si ponemos una rana en una olla de agua hirviente, intenta salir. Pero si la ponemos en agua fría y subimos gradualmente la temperatura, la cocinamos. Nosotros, como la rana, no podemos detectar amenazas que provienen de cambios lentos y graduales, sólo notamos los cambios rápidos.
−¡No estoy de acuerdo! −interrumpió un joven−. Si el cambio es muy rápido, tampoco lo notamos. Por ejemplo, las ranas de Hiroshima.

Eduardo Gotthelf, Cuentos Pendientes. Editorial Ruedamares (2007)
Químicamente impuro

lunes, 10 de diciembre de 2012

Mamá rana - Cabopá



Esa rana que entró por la ventana y, se quedó, la he visto salir del cajón del escritorio y hacer piruetas entre las tablas, sale, se asoma, se posa y reposa debajo de la luz. ¿Sabes?, como una mariposa, verde con ojos grandes y vivarachos, grandes pero no tanto como una osa. Sí, tan avispados como los tuyos…Y sube y baja hasta el escritorio y deja sus huellas de anca sobre el teclado, desde donde hoy, escribo este cuento que te cuento. Qué, me invento para contarte sentada en la mecedora con la toquilla que cubre mis hombros…Y, no suelta nunca a su cría que lleva sobre el lomo. ¿Sabes? Tú me dirás: ¿las ranas tienen lomo, abuela?


…Y vive en la habitación de al lado, guarda los sueños de aquella chiquilla de mofletes sonrojados, sin croar ni un solo día, para que la niña tenga buen despertar, para que los días sigan siendo verdes y las noches llenas de sueños alegres. La mamá rana me mira, mientras escribo; parece que tuviera una interrogación en la frente. La miro y sonrío, observo, a la rana cría con esos ojos tiernos de contento. Yo creo que me dice sin croar que necesita una charca donde habitar. Supe un día que, Puck tenía una charca y le escribí una carta, por si la quería adoptar.

Fotos y texto de Cabopá
AyMaricarmen

jueves, 6 de diciembre de 2012

Clavando el aguijón - Mónica Ortelli





Abandonado a su suerte en una roca desnuda antes de llegar al medio del río, el furibundo escorpión aún tuvo que escuchar a la rana que, burlona, le gritaba desde la orilla: “¡Y agradece que no esté en mi naturaleza que te ahogues!”

Mónica Ortelli

lunes, 3 de diciembre de 2012

Los cuentos, los príncipes y las ranas - José Miguel de la Rosa Sánchez


     La maestra acababa de contar un cuento en el que una bruja piruja había embrujado a un príncipe, que al final fue liberado de su hechizo por el beso de una princesa; cuando… de repente, por la ventana, se coló dando saltos ¡hasta la mesa de la seño! una rana -como recién salida del propio cuento que acababan de escuchar-.
     Al ver la rana, la maestra -de un gran salto- se subió sobre su mesa; tras el cual, otro gran salto de la rana hizo que la siguiera hasta allí; por lo que de varios saltos, la maestra iba de mesa en mesa perseguida por la rana. Fernando, el más bicho de la clase y al que más le gustaban los animales, saltó tras la rana. Salto que daba la seño, salto que daba la rana y detrás de ella, salto que daba Fernando. Mientras esto ocurría, unos pocos niños y niñas se escondieron bajo las mesas y otros corrían tras Fernando que gritaba: – “¡No se preocupe señorita, que yo la salvaré!, ¡yo la salvaré! – entre la algarabía de los compañeros y los gritos de la seño pidiendo socorro-.
      Tras unos largos minutos, la seño acabó subida sobre su silla, que a la vez estaba subida sobre su mesa y con la cabeza rozando el techo de la clase. – ¡Aquí no me cogerá! -, gritó la seño. Mientras, Fernando -frente a la rana- dio un gran salto y la atrapó en pleno vuelo. – ¡Bravo!, ¡bravo!- gritaban unos pocos; mientras otros coreaban: ¡Fernando!, ¡Fernando!
      - ¡Seño!, ya puede bajar de ahí, he atrapado a la rana y ya no tiene nada que temer-, dijo Fernando elevando la mano y mostrando su trofeo. – ¡Vale Fernando!, pero antes métela en ese tarro de cristal y tápalo bien-, respondió la maestra; la cual empezó a bajar con muuucho cuidado desde la silla –que temblaba como si tuviese frío- y desde ahí cayó al suelo de culo. – No sé cómo ha podido subir tan rápido y bajar con tanta dificultad-, dijo sorprendida una niña a la vez que la ayudaba a levantarse del suelo.
      Al instante, todos se acercaron al bote con la rana y gritaron a la seño: – ¡Es el príncipe del cuento!, ¡ hay que desencantarlo! La seño -ya más tranquila- les hizo ver que los cuentos son cuentos y que, en la realidad, no era posible que un príncipe estuviera atrapado dentro del cuerpo de una rana.
     Fernando – mirando fijamente los ojos de la rana dijo: – Eso no es así seño. ¡Mire!, ¡mire!, ¡en sus ojos está la cara del príncipe!- Y, cuando la seño se acercó, vio cómo efectivamente en los ojos de la ranita había una cara… ¡Era… era, la cara de su esposo! Antes de desmayarse se le oyó decir: ¡MANOOOLO!, ¿CÓMO HAS LLEGADO HASTA AHÍ…? ¡¡¡¡ CATAPUMMM !!!!.

Texto e imagen: José Miguel de la Rosa Sánchez