La maestra acababa de contar un cuento en el que una bruja piruja había embrujado a un príncipe, que al final fue liberado de su hechizo por el beso de una princesa; cuando… de repente, por la ventana, se coló dando saltos ¡hasta la mesa de la seño! una rana -como recién salida del propio cuento que acababan de escuchar-.
Al ver la rana, la maestra -de un gran salto- se subió sobre su mesa; tras el cual, otro gran salto de la rana hizo que la siguiera hasta allí; por lo que de varios saltos, la maestra iba de mesa en mesa perseguida por la rana. Fernando, el más bicho de la clase y al que más le gustaban los animales, saltó tras la rana. Salto que daba la seño, salto que daba la rana y detrás de ella, salto que daba Fernando. Mientras esto ocurría, unos pocos niños y niñas se escondieron bajo las mesas y otros corrían tras Fernando que gritaba: – “¡No se preocupe señorita, que yo la salvaré!, ¡yo la salvaré! – entre la algarabía de los compañeros y los gritos de la seño pidiendo socorro-.
Tras unos largos minutos, la seño acabó subida sobre su silla, que a la vez estaba subida sobre su mesa y con la cabeza rozando el techo de la clase. – ¡Aquí no me cogerá! -, gritó la seño. Mientras, Fernando -frente a la rana- dio un gran salto y la atrapó en pleno vuelo. – ¡Bravo!, ¡bravo!- gritaban unos pocos; mientras otros coreaban: ¡Fernando!, ¡Fernando!
- ¡Seño!, ya puede bajar de ahí, he atrapado a la rana y ya no tiene nada que temer-, dijo Fernando elevando la mano y mostrando su trofeo. – ¡Vale Fernando!, pero antes métela en ese tarro de cristal y tápalo bien-, respondió la maestra; la cual empezó a bajar con muuucho cuidado desde la silla –que temblaba como si tuviese frío- y desde ahí cayó al suelo de culo. – No sé cómo ha podido subir tan rápido y bajar con tanta dificultad-, dijo sorprendida una niña a la vez que la ayudaba a levantarse del suelo.
Al instante, todos se acercaron al bote con la rana y gritaron a la seño: – ¡Es el príncipe del cuento!, ¡ hay que desencantarlo! La seño -ya más tranquila- les hizo ver que los cuentos son cuentos y que, en la realidad, no era posible que un príncipe estuviera atrapado dentro del cuerpo de una rana.
Fernando – mirando fijamente los ojos de la rana dijo: – Eso no es así seño. ¡Mire!, ¡mire!, ¡en sus ojos está la cara del príncipe!- Y, cuando la seño se acercó, vio cómo efectivamente en los ojos de la ranita había una cara… ¡Era… era, la cara de su esposo! Antes de desmayarse se le oyó decir: ¡MANOOOLO!, ¿CÓMO HAS LLEGADO HASTA AHÍ…? ¡¡¡¡ CATAPUMMM !!!!.
Texto e imagen: José Miguel de la Rosa Sánchez
2 comentarios:
Estupendo, qué bueno este relato. Y es que a veces los cuentos están basados en la realidad, y otras tan sólo tratan de enseñarnos a creer en ellos.
Saludos.
Pobre Manolo, qué habría hecho el hombre. Simpática historia.
Saludos
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