lunes, 31 de octubre de 2011

jueves, 27 de octubre de 2011

Y sin hermanos - Paloma Hidalgo



La niña odiaba a las  cigüeñas de su pueblo, se comían todas las ranas y la dejaban sin príncipes que desencantar

Paloma Hidalgo
Un libro es un jardín de bolsillo

lunes, 24 de octubre de 2011

Besos I - Martín Gardella



Recorriendo el pastizal que rodea la laguna, una rana encantada se interpuso en mi camino y me pidió que la besara. "Sólo el beso de un hombre gentil puede romper el hechizo", croaba. Accedí a su pedido de modo elegante, imaginando un futuro esplendoroso en algún Palacio Real, pero me equivoqué. Mientras mi cuerpo encogía, verdoso y lleno de verrugas, alcancé a ver la silueta transformada de la hermosa princesa, huyendo a la carrera, con el rostro cubierto de lágrimas, y de vergüenza.

Martín Gardella
El living sin tiempo
Químicamente impuros

jueves, 20 de octubre de 2011

El príncipe encantado - Puck

Tras el beso, desapareció saltando entre los juncos que rodean la charca de palacio mientras la princesa le miraba boquiabierta



Puck

lunes, 17 de octubre de 2011

Las ranas - Fernando Vicente

Me gustaba levantarme el primero. Me daba tiempo para hacer cosas o para disfrutar de la soledad antes de que los niños lo invadieran todo. Solía aprovechar para limpiar la piscina —apenas una charca, no se crean— de las hojas que hubieran caído. Ya se sabe que en verano los niños se lo pasan bomba en el agua y a mí me gustaba tenerla bien cuidada.
Un lunes, al retirar las hojas, descubrí una rana que, de inmediato, se zambulló hasta el fondo. La observé  más con curiosidad o asco que con miedo. Con un recogehojas de mango muy largo la acorralé contra una de las paredes y la saqué.  La lancé por encima de la valla lo más lejos que pude. Con todo, pude escuchar el ruido como de naranja podrida que hizo al golpear el suelo.  Me alegré de que los niños no la hubieran visto. Tampoco le dije nada a mi mujer, que era muy aprensiva.
El martes encontré tres ranas. No sé por qué, me sorprendí más que el día anterior. Quizás esperaba haber dejado todo resuelto al deshacerme de la primera rana, como si no hubiera más en el mundo. Aquellas tres no tardaron en volar.
El miércoles aparecieron quince o dieciséis. Ni asco ni sorpresa, ni siquiera fastidio, lo que sentí fue enfado. A toda prisa, sin entretenerme en retirar las hojas, las saqué y las hice desaparecer. Casi me pilla mi mujer. Pensé que quizás lo mejor, hasta que hallara otra solución, sería cubrir la piscina cuando nos fuéramos a dormir. Lo haría al día siguiente, me dije.
El jueves llovió todo el día sin parar, por lo que no salimos de casa. Quizás por eso los niños estuvieron más pesados que de costumbre y me pusieron un dolor de cabeza terrible. Me costó mucho dormirme.
Cuando desperté el viernes me encontré solo. Salté de la cama y fui a la cocina. Mi mujer estaba paralizada delante de la ventana que daba al jardín. Temblaba. Apenas la escuché cuando dijo «¿qué es eso, Fele?». El jardín estaba cubierto de ranas. En silencio, las ranas nos observaban a través del cristal.
Miré a mi mujer. Estaba aterrorizada. La abracé todo lo fuerte que pude para calmarla, pero ni aún así logré que dejaran de temblar sus antenitas.

Fernando Vicente (Depropio)
Las palabras que me sobran





jueves, 13 de octubre de 2011

Papá rana - Puri y Juanlu

Dibujo de Juanlu



A papá, mamá lo convirtió en rana
casi nada más conocerle.
No fue un castigo, no.
A mamá le gustaban las ranas,
pero todas se le escapaban.

Cuando vio a papá
pensó que aquel hombre
sería una rana perfecta.

Si una bruja quiere una rana de compañía,
no le sirve cualquier hombre.
Tiene que ser cariñoso,
que sepa jugar y bailar,
que sea listo, muy listo
para poder conversar,
que le guste la montaña y el mar,
y la noche con sus estrellas.

Papá era todo eso
y mucho más.
(Bueno, bailar no bailaba muy bien,
pero al menos, nunca le pisó un pie…).

Mamá, con sus palabras mágicas,
en rana lo convirtió.
Era rana algunos ratos
para saltar y nadar.

La rana saltaba y saltaba
alrededor de mamá.
y le hacía cosquillas
y reír sin parar.

A papá le gusta ser rana
porque nada un poco mal,
y solo convertido en rana
puede el río cruzar.

También papá hechizó a mamá.
Sin sortilegios, ni filtros de amor,
solo con sus propias palabras
y su manera de mirar.
Salto tras salto
le dio ternura y amor.

Papá nunca fue mago
ni nunca lo será,
pero su amor hizo magia
en el corazón de mamá.

Texto: Purificación Menaya - El rincón de la bruja de chocolate
Ilustración: Juanlu - Dibujos

lunes, 10 de octubre de 2011

Un paseo por la playa ajetreado - Adivín Serafín

Recorría la playa remojando mis pies y dejando que mi cabeza se airease. Apenas quedaba gente, conviertiendo la hora en perfecta para caminar por mis pensamientos. Una vocecilla rompió el ruidoso oleaje. Miré a un lado y otro. Pensé que era un niño. La vocecilla se volvio a oir. Venía del agua. No quedaban niños ni siquiera debajo de las olas. Insistió. Observé inquisitivo allí de donde parecía venir la voz.
-Sí, es a ti. El que lleva ese gorro tan hortera.

No había duda, se dirigia a mí. Seguía sin vislumbrar a la artífice de la vocecilla.
-Mírame, so torpe. Soy yo, la medusa que está a tu lado.
Al fin la vi. Di un paso atrás, con miedo a que me picara. Me tranquilizó. Aquella que veía allí era una medusa encantada. Una bruja le robó su vida de princesa y la metió a calzador en aquel mundo salvaje. Quería que yo la salvase: la sacara de la indómita mar, la llevara delante de un prícipe azul y hiciese que la besara.
Busqué un bote de cristal en mi infalible bolsa, lo llené de agua y metí con un palo a la medusa (todavía no las tenía todas conmigo). Sali de la playa, fui al aparcamiento y cogí mi coche. Mientras daba al encargado mi tarjeta de usuario, me vino a la chola a donde llevarla. Salí de la ciudad camino de mi casa de campo. Nada más llegar, no abrí la puerta ni encendí las luces de la entrada. Llevé al tarro a una charca cercana, llena de ranas. Solté a la medusa y me marché. A estas alturas seguro que encontró a la que era un principe encantado, se besaron y colorín colorado.
Adivín Serafín

lunes, 3 de octubre de 2011

Al otro lado - Jesús Esnaola

Un apuesto joven al que besó en los labios con dulzura se convirtió en rana con un sonido sordo, introvertido, y un poco de humo. Ella se quedó mirándola y la recogió del suelo, con disimulo, temerosa de que alguien, cerca del pajar, se diera cuenta de lo que había ocurrido. Después introdujo la rana en la bolsa que llevaba y se acercó de nuevo al camino que conducía a la fonda, a hacer mariposas con los ojos a otro peregrino. Sólo uno más y tendría suficientes para la docena de ancas de rana que se le habían antojado a su señor.
Jesús Esnaola