jueves, 29 de noviembre de 2012

El sapo - Juan José Arreola


Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

Juan José Arreola

lunes, 26 de noviembre de 2012

Hechizos - Sergio Cossa


El pincel del atardecer apaga los brillos del jardín del palacio. El sapo sale del hueco bajo el árbol y se encamina hacia el pueblo. Baja de dos en dos los peldaños de las escalinatas; se escurre entre las piernas de los guardias; esquiva los mordiscos de un perro curioso; escapa a las garras de un búho; cruza la calle empedrada sorteando carros y caballos y entra a una casa por el agujero de la puerta raída. La joven que lo espera lo besa y el sapo se transforma en príncipe. Un desenfreno de licor y sexo los une hasta el amanecer, cuando el príncipe vuelve a ser sapo y regresa al escondite del jardín.
La joven observa en un espejo cómo su piel se arruga, su nariz se alarga y el cabello se transforma en greñas secas. Se dirige a la cocina para preparar el hechizo que renueva su lozanía. El que vertió en la copa del príncipe durará varias semanas.


Segio Cossa

jueves, 22 de noviembre de 2012

lunes, 19 de noviembre de 2012

La rana - Javier Tomeo



Recuerdo muy bien —a pesar de que estoy perdiendo la memoria a pasos agigantados— que aquella hermosa mañana de primavera me sentía con ganas de chanza y que cuando la descubrí sobre el nenúfar, en el centro de la charca, le pregunté si realmente era una rana o si, por el contrario, se trataba de una hermosa princesa encantada a la que alguna maligna hechicera hubiera transformado en rana.
El batracio, engolando la voz (quiso, sin duda, darse importancia), me dijo que sí, que efectivamente era una princesa encantada, hija de un poderoso rey y victima, hasta cierto punto, de su belleza, que le había atraído la envidia de su maligna madrastra. Poco más o menos, como en el cuento de Blancanieves.
Pensó, sin duda, que me había engañado —las ranas, al fin y al cabo, son casi siempre unas habilísimas farsantes capaces de tomar el pelo al hombre más pintado—, y empezó a hablarme luego de su nuevo pueblo en el que, según sus propias palabras, había sido muy bien recibida. Me dijo, para empezar, lo que ya había explicado Aristóteles muchos años antes: que las ranas eran de naturaleza anfibia. Me contó también que algunas croaban muy fuerte para ahuyentar a las culebras de agua, pero que otras veces lo hacían para anunciar el mal tiempo y también para encontrar una pareja que las comprendiese y con la que aparearse.
—Así que cuando obtenemos la respuesta esperamos e identificamos a nuestra pareja —continuó diciéndome—, aguardamos a que sea de noche para consumar nuestra pasión.
—¿Y eso por qué? —le pregunté.
—Debes saber —me dijo— que nosotras no podemos aparearnos en el agua y que no nos gusta hacerlo en tierra, cuando es de día, a la vista de todo el mundo.
Me explicó luego que las ranas de Cirene eran mudas y que tampoco podía oírse croar a las de Sérifo, pero que tanto unas como otras croaban perfectamente si se las trasladaba a otro lugar.
—Eso no lo entiendo —le dije.
—Pues es muy fácil —me explicó—. Las ranas de Sérifo, concretamente, impidieron a Perseo conciliar el sueño cuando, después de haber combatido a la Gorgona y de haber realizado un largo viaje, se acostó a la orilla de la charca con la intención de conciliar el sueño. Las ranas se pusieron a croar y no le permitieron pegar un ojo en toda la noche. Perseo pidió luego a su padre, el poderoso Zeus, que condenase a aquellas escandalosas criaturas al silencio eterno.
—¿Y tú crees en esas fábulas? —le pregunté, sin poder contener la risa—. ¿No será como afirma Teofrastro, que el agua de la charca en la que vivían aquellas ranas estaba demasiado fría y que eso las entumecía y les quitaba las ganas de croar?
La pequeña rana permaneció en silencio, sin replicar. Me observó fijamente con su pequeños ojitos negros y adivinó por fin que estaba tomándole el pelo. Comprendió entonces que no iba a obtener de mí el beso mágico que la redimiese y se zambulló en la charca con una pirueta desesperada.

Javier Tomeo de su libro "El nuevo bestiario"
Enviado por Elysa Brioa de Diseños By Elyely

jueves, 15 de noviembre de 2012

De nombre: sapo - Clide Gremiger




Me llamo… Me llamo sapo nomás, nadie me bautizó, así que para qué me voy a hacer el interesante. Porque tener un nombre que a uno lo distinga de los otros sapos debe ser interesante, ¿no? Y ahora que digo “interesante” me viene la nostalgia de cuando la vida de un sapo cualquiera, sin nombre, era interesante. Me refiero a los tiempos en los que los sapos navegábamos en las hojas de las plantas que flotaban en las charcas, lagunas y ríos. También me refiero a las épocas en las que los sapos le dábamos serenatas a las sapas a la luz de la luna, debajo de totorales y cortaderas. Ahora no nos queda más remedio que ser un sapo de caños de desagüe, teñidos de barro podrido, de lomo sucio, hábiles en el arte de esquivar motos, autos, perros y escobas; ¡ni qué hablar de cómo hay que patinar en el pavimento para huir de los camiones! Pero si hasta la comida, que cuesta conseguir, tiene otro sabor. Me han dicho que es comida transgénica. No sé qué quiere decir, pero ya el nombre suena amargo, difícil de tragar. Mire, no me importaría ser un sapo indocumentado más, pero no ser un verdadero sapo, ¡caramba!

Clide Gremiger



lunes, 12 de noviembre de 2012

Tres sapos - Elida


Foto: (Elida) Tres sapos
Eran tres sapos cantores
muy guapos y encantadores
Vestían trajes azules
y corbatas de colores

Elegante su apariencia
Románticas sus canciones
Bajo la luz de la luna
Cantaban en su laguna

Sus ojos eran saltones
una mirada brillante
sus patas, largas y finas
muy felices parecían

Elida


Eran tres sapos cantores
muy guapos y encantadores
Vestían t
rajes azules

y corbatas de colores


Elegante su apariencia
Románticas sus canciones
Bajo la luz de la luna
Cantaban en su laguna



Sus ojos eran saltones
una mirada brillante
sus patas, largas y finas
muy felices parecían

Elida

jueves, 8 de noviembre de 2012

-¡Ancas de rana, mi plato favorito! -exclamó la princesa, consolándose rápidamente de su reciente viudez.

Berna Wang
Finalista Concurso Literario de Hiperbreves Movistar
Encontrado en: La nave de los locos

lunes, 5 de noviembre de 2012

Sapo y princesa - Ana María Shua


Considerando la longitud y destreza de su lengua, la princesa se interroga sobre su esposo. ¿Fue en verdad príncipe antes de ser sapo?¿O fue en verdad sapo, originariamente sapo, a quien hada o similar concediera el privilegio de cambiar por humana su batracia estirpe si obtuviera el principesco beso? En tales dudas se obsesiona su mente durante los sudores del parto, un poco antes de escuchar el raro llanto de su bebé renacuajo

Ana María Shua
Arropia microrrelatos

jueves, 1 de noviembre de 2012

Me gustan las ranas - Purificación Menaya





De niña siempre quise tener una rana. En nuestras excursiones familiares al río Gállego, cuando me acercaba a la orilla, los resbaladizos batracios saltaban a cada paso, y desaparecían en el agua. Nunca iba preparada para la caza: ni red, ni nada, con las manitas intentaba atraparlas, sin éxito ninguno. Mi padre me decía que había que ir por la noche y engañarlas con una linterna. Acudían a la luz y con una red, eran tuyas. Pero nunca fui con él a cazar ranas de noche. Cuando tenía doce años mi padre hizo un viaje al extranjero y me trajo de regalo una rana de juguete. ¡Una enorme rana de Fisher Price, a los doce años! “La vi en el aeropuerto y como te gustan tanto las ranas... pensé que te gustaría”, dijo mientras yo miraba con desprecio aquel juguete de bebé, que se burlaba de mí con su boca enorme. Los padres, no entienden nada de nada. Yo quería una rana de verdad y allí estaba él con ese plástico verde que croaba y saltaba al apretar la perilla. A partir de entonces, supe que hay que dejar muy claros nuestros deseos, y aún así, siempre pueden ser malinterpretados.
En la adolescencia, aquella rana tampoco tenía mucho futuro, si la hubiera besado, lo mejor que habría salido de ella habría sido un príncipe de plasticucho, un Ken o similar, ¿no? Y como la Barbie y su familia siempre me daban arcadas, mejor ni probarlo. Luego creí que besaba príncipes, que inevitablemente se convirtieron en sapos, y al final sigo pensando que las mejores ranas donde mejor están es en la charca. Bueno, también hay una que me acompaña en el sofá las tardes de domingo, mientras nuestras ranitas juegan en la alfombra con una gran Fisher Price que también les ha regalado su abuelo.

Purificación Menaya