lunes, 19 de noviembre de 2012

La rana - Javier Tomeo



Recuerdo muy bien —a pesar de que estoy perdiendo la memoria a pasos agigantados— que aquella hermosa mañana de primavera me sentía con ganas de chanza y que cuando la descubrí sobre el nenúfar, en el centro de la charca, le pregunté si realmente era una rana o si, por el contrario, se trataba de una hermosa princesa encantada a la que alguna maligna hechicera hubiera transformado en rana.
El batracio, engolando la voz (quiso, sin duda, darse importancia), me dijo que sí, que efectivamente era una princesa encantada, hija de un poderoso rey y victima, hasta cierto punto, de su belleza, que le había atraído la envidia de su maligna madrastra. Poco más o menos, como en el cuento de Blancanieves.
Pensó, sin duda, que me había engañado —las ranas, al fin y al cabo, son casi siempre unas habilísimas farsantes capaces de tomar el pelo al hombre más pintado—, y empezó a hablarme luego de su nuevo pueblo en el que, según sus propias palabras, había sido muy bien recibida. Me dijo, para empezar, lo que ya había explicado Aristóteles muchos años antes: que las ranas eran de naturaleza anfibia. Me contó también que algunas croaban muy fuerte para ahuyentar a las culebras de agua, pero que otras veces lo hacían para anunciar el mal tiempo y también para encontrar una pareja que las comprendiese y con la que aparearse.
—Así que cuando obtenemos la respuesta esperamos e identificamos a nuestra pareja —continuó diciéndome—, aguardamos a que sea de noche para consumar nuestra pasión.
—¿Y eso por qué? —le pregunté.
—Debes saber —me dijo— que nosotras no podemos aparearnos en el agua y que no nos gusta hacerlo en tierra, cuando es de día, a la vista de todo el mundo.
Me explicó luego que las ranas de Cirene eran mudas y que tampoco podía oírse croar a las de Sérifo, pero que tanto unas como otras croaban perfectamente si se las trasladaba a otro lugar.
—Eso no lo entiendo —le dije.
—Pues es muy fácil —me explicó—. Las ranas de Sérifo, concretamente, impidieron a Perseo conciliar el sueño cuando, después de haber combatido a la Gorgona y de haber realizado un largo viaje, se acostó a la orilla de la charca con la intención de conciliar el sueño. Las ranas se pusieron a croar y no le permitieron pegar un ojo en toda la noche. Perseo pidió luego a su padre, el poderoso Zeus, que condenase a aquellas escandalosas criaturas al silencio eterno.
—¿Y tú crees en esas fábulas? —le pregunté, sin poder contener la risa—. ¿No será como afirma Teofrastro, que el agua de la charca en la que vivían aquellas ranas estaba demasiado fría y que eso las entumecía y les quitaba las ganas de croar?
La pequeña rana permaneció en silencio, sin replicar. Me observó fijamente con su pequeños ojitos negros y adivinó por fin que estaba tomándole el pelo. Comprendió entonces que no iba a obtener de mí el beso mágico que la redimiese y se zambulló en la charca con una pirueta desesperada.

Javier Tomeo de su libro "El nuevo bestiario"
Enviado por Elysa Brioa de Diseños By Elyely

1 comentario:

Yashira dijo...

Una bonita historia, pobre ranita, mira que tomarle el pelo así. Creo que en su lugar, y teniendo en cuenta que la ranita hablaba la habría tomado en serio. Este Tomeo perdio una oportunidad de oro para casarse con una bella princesa.

Jaja, muy buena historia, felicitaciones a Tomeo, a Elisa por enviarla y a ti, Puck, por publicarla.
Besos.