jueves, 29 de noviembre de 2012

El sapo - Juan José Arreola


Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

Juan José Arreola

1 comentario:

Yashira dijo...

Tremendo, el sapo al final no se transforma, pero somos nosotros los que lo descubrimos como nuestro reflejo. Me ha sorprendido, esperaba algún cambio mágico en él, como el que los sapos nos tienen acostumbrados. Muy original.

Saludos desde mi mar.