La niña de vestido verde jugaba con dos imanes. Miraba, divertida, cómo se pegaban y se repelían. Más allá, en el jardín de pastos altos, una rana asomó y la miró. Saltó, saltó, saltó hasta los pies de la niña.
—Soy una rana —dijo en ranés. La niña bajó la mirada. Vio la piel lustrosa, viscosa, los ojos saltones.
La rana miró otra vez y, en los ojos esperanzados de la niña, vio un brillo, un reflejo, tibia imagen de una rana. Hay una rana en ella, pensó. Será mi amiga.
La niña se acercó más a la rana y la miró. Vio en los ojos amarillos una niña igual a ella. Lleva una niña en la mirada, pensó. Será mi amiga.
Y niña y rana se fueron saltando
—Soy una rana —dijo en ranés. La niña bajó la mirada. Vio la piel lustrosa, viscosa, los ojos saltones.
La rana miró otra vez y, en los ojos esperanzados de la niña, vio un brillo, un reflejo, tibia imagen de una rana. Hay una rana en ella, pensó. Será mi amiga.
La niña se acercó más a la rana y la miró. Vio en los ojos amarillos una niña igual a ella. Lleva una niña en la mirada, pensó. Será mi amiga.
Y niña y rana se fueron saltando
Verónica Ruscio