Imagen extraída de la red.
Sucedió así, sin más:
Del cielo cayó una vaca.
Antes el firmamento obscureció, se oyó un mugir furibundo y justo se precipitó el animal. A plomo, en mitad de Wínnappu. Por fortuna, en ese preciso instante, no pasaba nadie por debajo. Aun así el impacto fue colosal, y la tierra estremeció como si se le hubiera venido encima, talmente, una vaca. El suceso, por extraño, causó un gran revuelo en el pueblo. Hasta entonces el cielo había traído agua, ranas, vates; pero una vaca, lo que se dice una vaca, jamás. No fue fácil, de la noche a la mañana, asumir algo así. Advertir que el día menos pensado, zás, cerrar los ojos y soñar con la bestia cayendo, discernir si se trataba sólo de un fenómeno aislado, puntual, o por el contrario, éste constituía el preludio de una lluvia bovina pertinaz, sempiterna. Admitir, en definitiva, que el equilibrio del universo vigente había quebrado, y que esto no podía ser sino el principio del fin.
Hasta que cayó el autobús.
Agustín Martínez Valderrama
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