Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica. Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.
Augusto Monterroso
4 comentarios:
Pobre rana, ni en la muerte consiguió saber si era una rana auténtica o un pollo disfrazado de rana...Jeje.
Besos desde el aire
Ilustre invitado para ilustre charca, me parece excelente
Inútiles esfuerzos para encima acabar cenada por burdos comensales.
...Que triste ser rana y que no te reconozcan.
Hasta los grandes conocen la importancia de las ranas... no todo van a ser dinosaurios...
Saludillos
croack, croack
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