Un hilo viscoso de extorsiones rodea el angustiado cuello de la princesa. El príncipe suspira paciencia desde el fondo de la laguna con la pelota de oro en la mano.
No quiere romper el encanto que lo tiene cautivo en su traje de rana. Sólo desea entronizarla en su reino subacuático.
Sus labios perfilados se contraen para dejar escapar un silbido corto al que sigue otro y otro. -¿De dónde ha salido si todas las ventanas están cerradas?-. Saca la lengua, la estira, la gira. Parece nerviosa. Mueve sus ojos saltones como queriéndome indicar algo. Ahora brinca sin descanso sobre la mesa de la cocina. Croac. Croac. Llamo a mi mujer y no contesta. De camino al dormitorio y por el suelo encuentro desparramadas una blusa, una falda y un conjunto de ropa interior. La sigo buscando y no aparece. Creo que hoy toca beso y yo ser el príncipe.